lunes, 31 de enero de 2011

31 of January.

“Apoya su espalda contra la pared, mientras sus debilitadas piernas se esfuerzan por no caer de rodillas sobre el frío suelo del baño. Cristales cubren el suelo. Los restos resquebrajados del espejo roto que se encuentra frente a ella la observan implacables. Los ojos verdes inundados de lágrimas presentan unas ojeras notablemente acusadas por el paso de las noches, noches sin dormir, noches de angustia y desesperación. Se agacha y rodea sus rodillas con sus brazos sin fuerza, esconde la cabeza entre sus piernas e intenta evadirse de todo lo que la rodea. Se incorpora despacio, agarra un pedazo de vidrio roto entre sus manos, le da vueltas pensativa, con la mirada perdida y el rostro apagado. Murmura un nombre entre susurros, y segundos después ve la sangre correr bajo sus pies…”

sábado, 1 de enero de 2011

1 of January.


“Los blancos copos de nieve surcaban con suavidad el cielo, posándose sobre sus sedosos cabellos rubios. Ella no se inmutaba. Permanecía sentada en aquel andén, rodeando sus piernas con los brazos, con la cabeza agachada y la mirada perdida. Sus profundos ojos celestes estaban fijos en las vías, con una expresión carente de calor, inundada de melancolía. El viejo reloj de la estación movía sus manecillas con constancia, indiferente al dolor que producía la realidad marcada por sus agujas. El silencio era únicamente roto por el sonido de los trenes que pasaban intermitentemente al cabo de unos minutos, en esos momentos ella observaba las puertas corredoras de los vagones con mayor atención, buscando entre las diferentes personas que las cruzaban, cada una en una dirección, con un propósito, pero él no estaba. Resignada, sus ojos volvían a apagarse junto a la pequeña llama de esperanza que se encendía en su corazón, permaneciendo segundos, minutos y horas, en esa misma posición, esperando aquello que la hiciera levantarse, sonreír, y vivir. Cayó la noche. La estación estaba parcialmente cubierta por un grueso manto de nieve cuajada, y el viento soplaba con un aliento gélido que perseguía la carne y helaba los huesos. Los últimos trenes terminaban al fin su rutinario recorrido, y el andén quedaba vacío de toda presencia humana, salvo de la suya. Finalmente, alzó la cabeza, miró al cielo mientras una única lágrima recorría su rostro, empapando sus ojos azules de sentimientos perdidos, y con el último copo de nieve cayendo a sus pies, su corazón se heló.”